Siendo niño, me acostumbré a ver a mi padre en la iglesia, dirigir campañas de evangelismo público y dar estudios bíblicos. Al igual que él, decenas de predicadores e instructores voluntarios me alimentaron espiritualmente con la enseñanza de la Palabra e hicieron que mi corazón juvenil vibrara. Por medio de estas personas, entendí qué es la iglesia y cuál es su misión.
La palabra griega traducida como "iglesia" es ekklesia y significa "congrega-ción" O "asamblea". En hebreo, el término qahal tiene un significado parecido.
Estas dos palabras se refieren a una reunión de personas, y en el Nuevo Testamento se utiliza ekklesia más de cien veces para referirse al pueblo de Dios.
Descrita como el "cuerpo de Cris-to" (Efe. 1:22, 23; Col. 1:18, 24), la iglesia es un grupo y no tiene sentido que un creyente afirme individualmente: "Yo soy la iglesia". Culturalmente, llamamos "igle-sias" a los templos cristianos, y no hay ningún problema con ello. Pero bíblicamente, la iglesia es la reunión de los creyentes, razón por la cual incluso se la llamó "la congregación (ekklesia) en el desierto" (Hech. 7:38; 17:24).
La iglesia tiene un Dueño. No es ningún ser humano, sino el propio Dios, que la "adquirió con su propia sangre" (Hech. 20:28, NVI). Es una congregación en torno a Jesús y bajo su autoridad; por eso se la denomina la "iglesia de Dios" (1 Cor. 1:2), "de Cristo" (Rom. 16:16) y "del Señor" (Hech. 20:28). A pesar de tener líderes humanos, la iglesia es "el rebaño de Dios" (1 Ped. 5:2, NVI) y tiene un "Pastor supremo" (1 Ped. 5:4, NVI).
Sin embargo, es necesario destacar que la iglesia no tiene esta identidad simplemente para ser exhibida al mundo como un fin en sí misma. Su identidad está íntimamente ligada a su misión. Somos "linaje elegido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para Dios*, con un propósito claro: anunciar "las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable* (1 Ped. 2:9). Sin esa proclamación, no puede existir tal identificación. La iglesia "fue organizada para servir, y su misión es la de anunciar el evangelio al mundo" (HAp, 9).
La congregación local de la iglesia, por lo tanto, es la manifestación visible de la comunidad de fe, donde hay una mayor participación en la misión.
Considerando el nacimiento formal de la iglesia, el día de Pentecostés muestra que la iglesia nació predicando el evangelio y que el ministerio de la Palabra es para todos, no solo para los dirigentes.
En ese día, "todos fueron llenos del Espíritu Santo" (Hech. 2:4), y eso tiene que ver con el sacerdocio de todos los creyentes.
EL SACERDOCIO DE TODOS LOS CREYENTES
La Reforma protestante recuperó el concepto bíblico del "sacerdocio de todos los creyentes". Llevado hasta su última instancia, este concepto significa que en la iglesia no existe una clase de personas más espirituales que otras, y que cualquier creyente puede acercarse a Dios sin intermediarios del ministerio de la Palabra no es exclusividad de los pastores ordenados y los predicadores profesionales, y eso nos lleva a repensar algunos conceptos sobre el "clero", los "laicos" y la "tercerización" de las responsabilidades en la iglesia.
El ministerio de la iglesia será deficiente si establecemos una división funcional entre "clérigos" y "laicos". La palabra kleros se refiere a la iglesia como un todo ("los que están a su cuidado" [NVI], O "la heredad del Señor", en 1 Pedro 5:3), y no solamente a un grupo pequeño de líderes.
La orden divina: "No toquen a mis ungidos" (1 Crón. 16:22; cf. Sal. 105:15) habla de todo el pueblo de Dios, que es el "reino de sacerdotes y gente santa" (Éxo. 19:6; cf. Apoc. 20:6). Todo cristiano es un ungido de Dios (1 Juan 2:20, 27).
Necesitamos restaurar la idea de la responsabilidad de predicar no es ca clusiva de un clero profesional, sino de toda la iglesia. Elena de White escribe:
"Dios no escoge, para que sean sus representantes entre los hombres, a ángeles que nunca cayeron, sino a seres huma-nos, a hombres de pasiones semejantes a las de aquellos a quienes tratan de salvar.
Cristo se humanó con el fin de poder alcanzar a la humanidad. Se necesitaba un Salvador a la vez divino y humano para traer salvación al mundo. Y a los hombres y mujeres ha sido confiado el sagrado cometido de dar a conocer las inescrutables Riquezas de Cristo' (Efe. 3:8)" (HAp, 110).
Una mala comprensión del sacerdocio de todos los creyentes ha llevado a algunos cristianos a asumir dos posiciones extremas: 1) el clericalismo, en que un líder religioso monopoliza la predicación y la enseñanza, convirtiendo a los demás miembros de la congregación en meros espectadores; y 2) el anticlericalismo, en el cual predomina el rechazo y la oposición a cualquier figura de autoridad. Es importante reconocer que, así como el sacerdocio de todos los creyentes, la organización de la iglesia y el ejercicio del liderazgo también son mandatos bíblicos. El equilibrio está en reconocer que tanto líderes como liderados son discípulos de Cristo, llamados por igual para el ministerio de la Palabra.
Los apóstoles tenían la oración y el ministerio de la Palabra como una prioridad (Hech. 6:4), pero no como algo exclusivo o monopolizado. Por eso, Esteban, uno de los diáconos escogidos para el ministerio de servir las mesas, se presenta predicando públicamente (Hech. 6:8-7:53). El llamado a proclamar y a enseñar el evan-gelio, común a todos los discípulos, no requiere talentos especiales, sino solo la disposición de ser instrumentos del Espíritu Santo (Hech. 4:29).
Los pastores, teólogos y profesionales que "trabajan en predicar y enseñar" (1 Tim. 5:17) deben enseñar a los demás a estudiar la Biblia por cuenta propia. De esta manera, al ser discipulados, los liderados ejercerán su sacerdocio y harán básicamente las mismas cosas que los líderes hacen, porque la misión de Dios es un trabajo personal, es la transmisión de su Palabra de una persona a otra.
EL MINISTERIO ES PARA TODOS
En el Pentecostés, todos comenzaron a declarar "las maravillas de Dios" (Hech. 2:11). Ese fue el cumplimiento de Joel 2, donde hay una promesa de que "toda carne" recibiría el Espíritu, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, y hasta los siervos (Hech. 2:16-18).
En la iglesia de Hechos 4, todos "al-zaron unánimes la voz a Dios", todos se consideraban "siervos" de Dios y querían anunciar la Palabra con intrepidez (Hech. 4:24, 29). La respuesta fue que "to-dos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con valentía la palabra de Dios" (Hech. 4:31).
Por lo tanto, es deber de todos confesar con la boca que Jesucristo es el Señor (Rom. 10:9) ante muchos testigos (1 Tim. 6:12) y ser capaces de responder preguntas sobre su esperanza (1 Ped. 3:13-16). Todos somos "real sa-cerdocio", llamados para proclamar "las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Ped. 2:9).
La identidad y la misión de la iglesia incluyen a cada miembro de la iglesia en la predicación del evangelio. "La iglesia de Cristo es el medio elegido por Dios para la salvación de los hombres. Su misión es llevar el evangelio al mundo. Y la obligación recae sobre todos los cristia-nos. Cada uno de nosotros, hasta donde lo permitan sus talentos y oportunida-des, debe cumplir con la comisión del Salvador" (CC, 68, 69).
El ministerio de la Palabra no se ejerce solo en el púlpito, sino en la vida diaria, en los encuentros y las conversaciones informales. Así, ningún cristiano puede sentirse exento de hablar de Jesús y del evangelio.
LA RECIPROCIDAD EN LA IGLESIA
Además de ser un instrumento de predicación, la iglesia es una comunidad de apoyo mutuo. En numerosas ocasio- . nes, el Nuevo Testamento incentiva a los creyentes a ayudarse "unos a otros",
"unos con otros" o "por los demás". Ins-truir, aconsejar (Col. 3:16) y amonestarse (Rom. 15:14) es responsabilidad de todos los creyentes, y no solo de los dirigen-tes. Para eso, cada uno debe busca diariamente en oración más conocimiento y sabiduría en la Palabra de Dios. En vez de ser siempre los que buscan respuestas y consejos, podemos ser instrumentos en las manos divinas para traer luz a quienes necesitan orientación.
Hay una expectativa bíblica de que cada miembro de la iglesia sea capaz de consolar y apoyar a otros hermanos (Rom. 1:12; 15:17; 1 Tes. 5:11). No es necesario ser un líder de la iglesia para orar por los hermanos, pues ese es un deber de todos (Sant. 5:16). Es un deber de todos ofrecer hospitalidad (1 Ped. 4:9) y buscar la edificación de los hermanos (Rom. 14:19). La orden de que "todos los miembros se preocupen los unos por los otros* (1 Cor. 12:25) no fue dirigida solo a quienes ejercen un cargo en la iglesia, sino a todos.
Existe un gran campo de acción interna en la iglesia en el que todos debemos actuar en favor de nuestros hermanos.
Este servicio mutuo es ejercido por "cada uno" cuando pone *al servicio de los demás el don que ha recibido, dispensando fielmente las diferentes gracias de Dios" (1 Ped. 4:10). Como base de esta orden, se encuentra el mandamiento mayor de amarnos los unos a los otros: "Sirvanse con amor unos a otros" (Gál. 5:13). ¿Qué tipo de comunidad serán nuestras iglesias cuando vivamos así?
En fin, no hay disculpas para un cristiano que no sirve en su congregación local, pues hay mucho para hacer. Eso no significa que no haya personas dotadas con dones espirituales de liderazgo, "los que los presiden en el Señor y los amonestan* (1 Tes. 5:12). Sin embargo, no podemos tercerizar nuestras responsabilidades individuales.
La iglesia fue constituida para el ministerio y nació con dones espirituales en sus manos para cumplir ese propósito. No es una estructura estatica, sino un ministerio dinámico, una institución funcional, divinamente establecida para realizar tareas en el cumplimiento de la misión de Dios. Por eso, una iglesia sin ministerio es una anomalía y no tiene razón de existir. Debemos identificar los dones espirituales de los miembros de la iglesia y elaborar programas y estrategias para canalizarlos para el ministerio.
La iglesia local desempeña un papel importante en la formación de misioneros, líderes y pastores. Esto se lleva a cabo por medio de hombres y mujeres de Dios que, en su sencillez, inspiran a las personas con su ejemplo y cuidado por el rebaño de Dios. En nuestras congregaciones, hay niños y jóvenes que observan esas acciones y son así entrenados de manera silenciosa e informal. Yo fui uno de esos niños. Testificar la acción de un ancianato activo en una congregación vibrante fue imprescindible para desarrollar en mí la visión de qué es la iglesia y para qué existe.
Isaac Malheiros. Comunidad Misionera. Oct-Dic 2023. Revista del Ancianato. ACES.
No hay comentarios:
Publicar un comentario